Se tiende a pensar que la capital de la danza postmoderna en los años 60 era Nueva York. Se recuerda siempre el nombre de Merce Cunningham, pero a veces a costa de olvidar el de Anna Halprin, que, desde su sede en San Francisco, encarnó el corazón de aquella revolución.
Icono de la danza americana, iconoclasta, rompedora de tabúes… sobre Anna Halprin se ha dicho de todo. Efectivamente, a sus 96 años, ha acumulado tanto rupturas como cambios de dirección, renovando de arriba abajo los modos de representación habituales en la danza.