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La pieza autobiográfica Dancing my Cancer de 1975 marca para la artista el inicio de una concepción de la danza como ritual de curación «Antes del cáncer, yo vivía para la danza». «Después, yo bailo para vivir». Cuando supo que estaba enferma, invitó a una decena de amigos a ser «testigos» de un solo de danza en el que ella trata de exorcizar sus miedos. Vestida con un traje negro, la bailarina se contorsiona en frente de una imagen de su enfermedad que ella misma ha pintado.