Incluso antes de que comenzase la historia humana, la gente era consciente de que los padres transmitían algo -llamémoslo “parecido”- a sus hijos, y estos a los suyos, y así generación tras generación. Pero ¿cómo?
En el siglo VI a. C., Pitágoras elaboró la teoría de que el semen masculino transmitía la información al interior del cuerpo femenino, que era el que proporcionaba alimento. Doscientos años después, Aristóteles, al observar que algunos griegos se parecían a sus madres y abuelas, propuso que las mujeres, al igual que los hombres, también transmitían su parecido por medio de la sangre.